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Deportivo Cali: El título que nunca llegó, la fiesta que nunca se hizo
jueves, 21 de abril de 2016
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16 de junio de 1999. Sao Paulo, Brasil. Final de la Copa Libertadores de
América. El rival: Palmeiras.
Todo comienza un año atrás, en la temporada de 1998. En una campaña con
muchos altibajos al mando del hoy Director Técnico del club Atlético Nacional
de Medellín, Reinaldo Rueda, se llegó hasta el mes de septiembre de aquel año,
y que por el rendimiento del equipo, el estratega vallecaucano fue relegado de
su puesto. El mando lo asume José Eugenio ‘el Cheché’ Hernández, quien llega
-según Marín- por una propuesta de él. ‘Cheché’ era Asistente Técnico en ese
entonces de Millonarios, dirigido por Jose Luis Pinto. Hasta ese momento,
‘Cheché’ no había dirigido a un equipo, lo cual fue una decisión algo
arriesgada para el comité directivo del club azucarero, pero que se logró
concretar gracias a la buena relación que Marín y Hernández tenían, puesto que
el estratega había dirigido en las inferiores menores del Cali en los años
95-96.
La decisión fue aceptada por el comité directivo. ‘Cheché’ sería el
Director Técnico, el paraguayo Jorge Amado Nunes su asistente y como preparador
físico, el profesor Herney Gómez. De esta manera, el Deportivo Cali emprendería
el final del camino, los tres meses restantes para la culminación de aquel
recordado torneo, en donde el cuadro verdiblanco se coronaría campeón por
séptima vez en su historia. Gracias a este título, el Deportivo Cali consigue
un cupo a la Copa Libertadores de América, en la cual nadie se esperaba lo que
estaba por venir.
Febrero de 1999. Arranca el torneo continental de clubes más importante
de América. Deportivo Cali se ubica en el grupo dos junto a su compatriota Once
Caldas y los argentinos River Plate y Vélez Sarsfield. Con una nómina de lujo,
Mayer Cándelo, Martín Zapata, Víctor Bonilla, Rafael Dudamel, Gerardo Bedoya,
Mario Alberto Yepes, entre otros grandes futbolistas, el club verde lograría
hacer nueve puntos de nueve posibles como local y a pesar de perder sus juegos
como visitante, esos nueve puntos que lo ubicaron en la segunda posición por
debajo de Vélez, le permitieron clasificar a la siguiente ronda, los octavos de
final.
Superada satisfactoriamente la fase de grupos, el club verdiblanco
seguiría ronda por ronda, enfrentando rivales de renombre del balompié
sudamericano. Colo-Colo de Chile, Bella Vista de Uruguay y Cerro Porteño de
Paraguay, las pruebas que el Cali tuvo que pasar para estar en aquella cita tan
especial y ansiada por toda la afición azucarera, la final de la Copa
Libertadores de América.
2 de junio de 1999. Estadio Olímpico Pascual Guerrero, Cali. Un estadio
a reventar, con aforo para aproximadamente cuarenta y cinco mil personas,
estaba lleno en su totalidad. La euforia estaba en su máximo punto. Nadie se
quería perder este encuentro. La ciudad se paralizó para ser testigos de la
hazaña azucarera y de un momento que quedaría guardado en la memoria de todos
los que la presenciaron, la final de la Copa Libertadores.
Ahí estaba, el primer club colombiano en llegar a esta final continental
en 1978 de la mano del argentino Carlos Salvador Bilardo, y que veintiún años
después, volvía a la misma. En aquel partido de ida, en la ciudad de Cali, el
club local se llevaría la victoria por la mínima diferencia ante el rival de
turno, Palmeiras de Brasil. Al minuto cuarenta y dos de la primera parte, Mayer
Candelo logra zafarse de la marca de la defensa brasileña, quien entre Roque
Junior y un compañero lo doblegaron, logra sacar el centro y solo, en su lugar
predilecto, el delantero certero, Víctor Bonilla, abre el marcador y marca el
único tanto del encuentro aquella noche de ensueño.
“Yo no sé por dónde pasó Mayer Candelo, estaba
enredado, dos hombres del Brasil encima de él, se llevó la pelota, con su zurda
el centro y de cabezazo Bonilla”, era lo que decía el locutor eufórico
en aquel momento único en la historia azucarera.
Finaliza el partido, victoria verdiblanca. Con las maleta llenas de
ilusión, optimismo y esperanza, y con ventaja de un gol, viajaba el club caleño
a Sao Paulo, Brasil, para cumplir con el partido de vuelta.
Días antes a este encuentro -cuenta Fernando Marín- entre la junta
directiva del club, hicieron la petición al Palmeiras de jugar en el estadio
Morumbi, perteneciente al club Sao Paulo, y no en el estadio Palestra Itália o
Parque Antártica, perteneciente a Palmeiras, con el fin de no sentir tanto la
presión de la afición local, ya que el estadio Morumbi cuenta con una capacidad
para aproximadamente ochenta mil espectadores, mientras que el Parque Antártica
contaba con 27.650 lugares, lo que haría que la torcida brasileña estuviera un
poco más dispersa. La propuesta fue rechazada por los dirigentes del Palmeiras.
El partido se jugaría en el Parque Antártica.
16 de junio de 1999. Sao Paulo, Brasil. El día en el que se haría
historia. Esa mañana, las expectativas estaban por lo más alto. El ambiente era
de casi fiesta, concentrados, pero casi seguros de que ese trofeo se lo
llevarían a casa y esa fiesta la celebrarían por lo alto. Todo en Cali estaba
listo, la sede campestre del club verdiblanco estaba siendo engalanada. Las
tarimas estaban listas. El tapete rojo por donde los campeones desfilarían con
el preciado trofeo estaba listo. Las orquestas que encenderían la fiesta
estaban listas. Todo preparado para recibir a los campeones del continente, al
mejor club de América.
El momento ha llegado. El estadio Parque Antártica estaba igual de lleno
que el Pascual Guerrero, nadie quería dejar de presenciar ese momento que
coronaría al campeón de América. En la tribuna, más de cien aficionados del
club verdiblanco viajaron para celebrar en tierras cariocas el título
internacional. En un palco que el club local le cedió al cuadro caleño -cuenta
Marín con su mirada iluminada por el recuerdo- estaban aproximadamente cien
personas, los cinco integrantes del comité ejecutivo, hinchas, familiares y
socios del club. Todos esperanzados en que su equipo amado lograría el objetivo
planteado y más que mencionado, llevarse el trofeo a casa.
En la cancha, once guerreros: Rafael
Dudamel, John Wilmar Pérez, Andrés Mosquera, Mario Alberto Yepes, Gerardo
Bedoya, Martín Zapata, Alexander Viveros, Arley Betancourt, Mayer Cándelo,
Víctor Bonilla y Geovanny Córdoba.
Todos con una motivación enorme, tan enorme como la presión que ejercía
la torcida de Palmeiras. En los noventa minutos reglamentarios, el encuentro
terminaría 2-1 a favor del local, empatando la serie y obligando a resolver en
la tanda de penales, para muchos, una lotería.
Falla Zinho para Palmeiras, celebra la afición azucarera. El Cali no
desperdicia sus tres primeras oportunidades, la ilusión es más fuerte que
nunca. Falla Gerardo Bedoya, celebran los brasileños. Vuelve y falla el Cali,
no hay nada más que hacer. Palmeiras es el campeón.
Nuevamente aquí. Desolación. Tristeza. Llanto. Decepción. No se dice
mucho, sólo palabras de ánimo que sirven de poco o nada en ese momento.
No fue la noche soñada. No están como pensaron estarlo, celebrando. Y además de
la tristeza, un momento bochornoso por parte de la afición local empeora el
momento. “A pesar de que el Palmeiras fue el campeón, y que fuimos
acordonados por la policía, a la salida del estadio nos dieron piedra los
hinchas del Palmeiras”, recuerda Fernando Marín como caso paradójico en
ese momento, en donde encima de la tristeza y decepción que el equipo sentía,
la hincha brasileña los despide con piedras. Vaya momento.
A desmontar todo. En Cali, la decepción también inundó las calles,
el desconsuelo y la tristeza se reflejó en muchos rostros de aficionados
azucareros que deseaban ser partícipes de la apoteósica celebración. Se bajaron
las tarimas. Se quitó el tapete del desfile. Las orquestas no tocaron. La sede
campestre volvió a lucir como de costumbre. Todo porque aquel 16 de junio de
1999, el trofeo no llegó. La fiesta no se hizo.
Jhon Pablo Cuellar Torres
@jhonpact
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